Se trata de bailar, de cantar, de andar descalzo, de dormir hasta tarde, de compartir tazas, vasos y comidas, de llorar, de discutir, de manejar lejos y no querer volver, de sentirnos volar, de abrazar, besar, tocar y volver a abrazar, de hablar por los codos, de imaginar futuros a años luz de distancia. Se trata de permitirnos equivocarnos, de apostar a lo incierto, de desafiarse a uno mismo. Porque, a fin de cuentas, el amor siempre ha sido un salto al vacío. Nadie nos da las garantías ni nos lee los derechos, aunque muchas veces sintamos que nos rige un contrato invisible.
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